Salimos del instituto y llegamos
en autobús a la Gasolinera Shell de Villanueva de la Cañada, donde nos tuvimos que bajar para
comenzar nuestra ruta a pie.
Comenzamos por el Camino
Carrizal temprano por la mañana, por lo que hacía un tiempo agradable con un
amanecer soleado y bonito. El camino estaba lleno de flores y plantas que
alegraban la vista y el ánimo para hacer unos kilómetros de caminata. También había algún
que otro charco por el camino debido a la lluvia de los días anteriores ¡Que
suerte la nuestra que justo ese día no lloviese! Nos echamos unas risas inocentes
cuando alguno de nuestros compañeros casi se cae en alguno de los charcos
porque los que no podían pasar. Mientras caminábamos había conversaciones animadas y
algún que otro dato interesante de la ruta.

Pasado un buen trecho y bastantes minutos, nos
encontramos con la cueva de la guerra civil. La entrada era algo estrecha. Una
entrada que no se podría ver fácilmente estando en guerra. Casi todos los de
las expedición quisieron verla por dentro e investigar sus escondrijos. Al
entrar podíamos comprobar que la cueva era mucho más ancha y profunda de lo que
parecía, lo suficientemente grande como para esconder a una brigada. La cueva
era algo polvorienta y oscura por lo que teníamos que ir con linternas para
saber dónde nos estábamos metiendo. Al principio nos daba miedo meternos en
diferente túneles que partían del túnel principal, pero luego supimos, con un
par de sustos de unos murciélagos que vivían ahí, que todos o casi todos los
túneles estaban conectados entre sí y no había pérdida. Al saber esto, todos
nos motivamos y empezamos a hacernos fotos dentro de ella y a divertirnos. ¡Qué
emocionante era investigar aquella cueva! Y pensar que hacía unos años se usaba
para ocultar a unos soldados de las bombas…

Después de un rato agradable,
salimos nuevamente al exterior para proseguir nuestra marcha y tiempo después
encontramos el túnel de la guerra civil. Un túnel que servía para lo mismo que
la cueva. El túnel no era muy largo y hacía una especie de vuelta que parecía
algo inútil. Al comentar esto a nuestro profesor, nos dijo que en ese túnel
cabían unas 200 personas, así que seguramente habría entradas que estaban
selladas. ¡Qué pena! Nos habría encantado poder investigarla.
Aquí dimos un descanso para
renovar nuestras energías donde algunos aprovecharon para comer o beber algo.
Después de descansar subimos a un monte donde hacía unos años se había
instalado un puesto de mando. Las vistas desde allí eran alucinantes, se podía
ver todo el frente de la batalla que hubo, aunque tampoco nos detuvimos mucho
tiempo en este lugar.

Nuestro siguiente destino era la
chimenea en El Vétago, pero por el camino nos encontramos con otros puntos
interesantes de la guerra. Pudimos ver un bunker, un nido de ametralladoras y
un antiguo camión de la guerra. Gracias a este tipo de cosas nos podíamos meter
un poco más en la piel de los soldados, pero no era nada comparado con lo que
debieron sentir ellos en sus corazones en aquellos momentos. Era emocionante
estar en un sitio donde años atrás hubo una guerra y que personas combatían
entre ellas. ¿Quién iba a pensar que con la paz y silencio que había en esos
momentos años atrás hubo una guerra? ¿Que en el pasado había muertos y mucha
sangre por el camino y que se oía demasiado bien como para ser mentira los
disparos de las armas, los estallidos de las bombas y los silbidos de aviones
ensordecedores que pasaban por allí? Nadie se lo hubiese creído. Creo que
nosotros mismos hubiésemos ignorado de que allí hubo una guerra si no la
estuviéramos estudiando.
Al fin, entre tanta flor y árbol
y ya con el sol sobre nosotros desde hacía tiempo, llegamos por un hermosos
sendero a la chimenea. Algunos pensarán en una chimenea como la de una casa
cualquiera, pues ya se les informa de que se equivocan con este pensamiento.
Esa chimenea tenía pinta de ser la misma casa. Era muy alta con unos dos o tres
pisos huecos por donde debía salir el humo y estaba hecho de ladrillos y tenía
forma circular. Era algo impactante y bonito de ver. Podíamos entrar y mirar
desde dentro hacia arriba, se veía el cielo.

Cerca de allí quedaba el
campamento nacional con sus y capillas, donde se ahora se hacen barbacoas . En este punto
descansamos otro rato y todos terminaron de comerse lo que tenían. A estas
alturas ya estábamos muy cansados pero nos faltaba lo peor de la caminata… que
era subir dos o tres montes bien inclinados. Al llegar a a la cima de la última
todos nos tiramos prácticamente al suelo para descansar, mientras que otros a
los que les sobraba algo de energía pudieron subir a ver la Casa de los Llanos.
Esta casa inspiraba algo de temor y respeto por las personas que en aquel
tiempo se atrevían a subir tanto a la cima estando en guerra. Una vez repuestas
la energías, tuvimos que bajar la cuesta para llegar a un sendero que llegaría
a la calle Olivar de Quijorna: Fin de ruta. Debemos decir que bajando más de uno se cayó porque la
cuesta estaba bastante empinada, parecía una montaña en miniatura. Una vez pie
en suelo llano y firme caminamos tranquilamente hasta la calle. No tardamos
mucho en visualizar con alegría una fuente de agua, que bebimos impacientemente
ya que se nos había acabado el agua por el camino.
Fue un camino duro en el cual
nos cansamos mucho, pero eso sí, debemos admitir que por mucho cansancio que
esta ruta nos haya causado, hemos pasado un gran y divertidísimo día. Además,
es una forma distinta de aprender a estar sentados en un pupitre cogiendo
apuntes y atendiendo, lo cual hace más llevaderas las lecciones y nos podemos
poner un poco en la piel de los personajes históricos.
Crónica de Fahima Benhammou, Myriam Schmitt y Gloria Simón
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